La historia de este libro comienza en el siglo XV, cuando Colón descubrió los territorios de Indias. Las guerras de conquista, el trabajo forzado y las enfermedades epidémicas importadas aniquilan rápidamente la mano de obra indígena. Entonces España decidió traer esclavos de África, los cuales después de largos viajes en primitivos veleros, eran almacenados en las islas del Caribe, desde donde se vendieron a todo el continente.
Reducidos a la condición de “bestias de producción”, fueron utilizados en las actividades mineras o en la naciente agricultura de la costa, como es el caso de Venezuela. Hace unos 150 años, antes de su liberación oficial, muchos escaparon y formaron pueblos cimarrones; otros se establecieron en las mismas haciendas donde trabajaban como esclavos o, más recientemente, emigraron hacia los centros urbanos en busca de mejor vida.
En su conjunto fundaron las actuales comunidades. Se estima que sólo el 10% de la población venezolana es de origen africano. Esta pequeña proporción, asociada a las mezclas raciales y a una estructura social de pigmentocracia (característica de la cultura hispánica), fue lo que debilitó las herencias africanas. Estos hechos, las incompletas investigaciones y las pobres recopilaciones visuales existentes, dificultaron la planificación del proyecto.
Dos años, 45,000 km recorridos y unas 10 mil fotografías tomadas fueron los catalizadores del trabajo sintetizado en este libro(1).
Fragmento del texto de Christian Belpaire publicado
en Negro soy negro (Biblioteca Nacional de Venezuela, 1984).
Destacado fotógrafo de origen congolés, Christian Belpaire dedicó parte de su obra a la publicidad y al fotoperiodismo. Documentó como pocos la cultura yanomami, la región de los llanos y las comunidades afrodescendientes de Venezuela, en cuyas imágenes sobresale la cualidad bélica de la vestimenta de sus retratados. Del trabajo realizado en este país publicó los libros El llano (Editorial Arte Caracas, 1986), Dejaste atrás lo lejano (fundación Neumann, 1985) y Negro soy negro (Editorial Palladium, 1984). Después de estudiar foto en el taller de Jean-Pierre Sudre en 1970, sirvió como corresponsal gráfico en Sudámerica para la Agencia Camera Press. Su trabajo documental lo realizó también en Bélgica, Francia, Inglaterra y Chile. En septiembre de 2003 Belpaire terminó con su vida en la ciudad de Nueva York.
1. En relación con este texto, la antropóloga Sheila Walker hace las siguientes precisiones: la mano de obra indígena no fue aniquilada, si no más bien disminuida debido a las epidemias, las guerras de conquista y el trabajo forzado. Señala también que las islas del Caribe no fueron usadas como un lugar de depósito de los africanos esclavizados, sin embargo, islas como Curaçao se utilizaron como puntos de redistribución. Cabe mencionar que la gran mayoría de los africanos eran llevados directamente al continente americano, no hacían ningún tipo de escala en el Caribe. Asimismo Walker considera el término “bestias de producción” en desuso, pues muchos africanos tenían conocimientos en la tecnología de la época, particularmente en la extracción del oro. Por último, la antropóloga apunta que existen estadísticas donde se demuestra que la población afrovenezolana en ese entonces era superior al 10%.
A pesar de haber jugado un papel fundamental en la lucha antiesclavista y la construcción de la identidad en la diáspora africana en las Américas, el cimarronaje sigue siendo un término poco comprendido.
El cimarronaje dio origen a comunidades que se liberaron de la esclavitud y proclamaron su soberanía en el Nuevo Mundo. Poblaciones de africanos esclavizados fugitivos que se encontraron en las Américas, desde Louisiana hasta Jamaica, Cuba, Haití, Colombia, Brasil y las Guayanas, entre otros. Algunos descendientes de estas sociedades sobreviven en la actualidad: son los guardianes de una narrativa de autoemancipación poco conocida. Ésta es la historia de los cimarrones de las Guayanas, también llamados businenge o bushinengue.
Realizado en los territorios históricamente de los cimarrones —Saamaka y Maroni(1), ambos en Surinam y la Guayana Francesa—, el proyecto Obia busca cuestionar los vínculos entre el extraordinario legado mágico y religioso de la comunidad cimarrón y los nuevos desafíos derivados de la modernidad: la aculturación en curso entre los nuevas generaciones y el contrapeso generado por la deculturación. Asimismo Obia exige repensar las conexiones entre el cimarronaje histórico y los desafíos correspondientes a la inmigración contemporánea y, no menos importante, entre la memoria de un pasado colonial y las adaptaciones con el presente poscolonial.
Nicola Lo Calzo
Nicola Lo Calzo ha centrado su práctica fotográfica y de investigación en cuestionamientos asociados a la identidad, el colonialismo y la interseccionalidad. Sus imágenes muestran la manera en que los grupos minoritarios interactúan con su medio ambiente y cómo éstos han elaborado estrategias de sobrevivencia y resistencia. A lo largo de siete años el artista se ha dedicado a realizar un ambicioso proyecto de investigación —titulado The Cham— sobre las memorias de la trata de esclavos y la esclavitud, que ha desarrollado en distintas series fotográficas en África, el Caribe y América Latina. Con la editorial Kehrer Verlag ha publicado Regla (2017), Obia (2015) e Inside Niger (2012). Es colaborador de Le Monde, The New Yorker, The Wall Street Jorunal y The New York Times.
1. A esta región se le conoce ahora como la ciudad de Saint-Laurent-du-Maroni y se localiza a la orilla del río Maroni entre la Guayana Francesa y Surinam.