Cuando pensaba en Guerrero, venían a mi mente varias imágenes de experiencias que jamás viví. Fueron pláticas que escuché durante mi infancia en las comidas familiares en casa de mis abuelos. Se contaban anécdotas, se recordaba a los familiares no vivos y se hablaba de política y del país. Dedico Tierra negra a mis abuelos, mis padres y mis tíos que formaron y alimentaron durante esos años mi pasión por la aventura de viajar y de conocer México, por la necesidad de acercarme al otro, de reconocer al diferente y a mí misma a través de la fotografía.
Mis abuelos paternos llegaron a este país al finalizar la guerra civil española. Mi abuela Rosa, con 19 años, viajó sola en el buque Ipanema que desde Francia transportaba a los exiliados. Mi abuelo Ángel escapó de un campo de refugiados con la ayuda de una amiga suya inglesa que lo envió a Estados Unidos, desde donde viajaría a México. Con conocimientos en hotelería, mi abuelo trabajó en el único hotel de Acapulco, Guerrero. Cuando los policías del pueblo escucharon que recién había llegado un español huyendo de la guerra, le pidieron entrenamiento, y él aceptó. Por su parte, mi abuela empezó a relacionarse con miembros del Partido Comunista Español asentados en México, que al enterarse de que un español anarquista entrenaba a la policía de Acapulco, asignaron a mi abuela Rosa como espía para seguirle los pasos. Así fue como ambos se conocieron y los Goded iniciaron su historia de amor.
Crecí también con el mito del aventurero tío abuelo Antolín, hermano menor de mi abuelo Ángel, quien lo sacó de la cárcel durante el franquismo y lo trajo a vivir a este país. Antolín fue piloto aviador en la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca. En las comidas dominicales, en casa de mis abuelos, se hablaba mucho de él y de su amor por esa región del Pacífico y sus habitantes. A pesar de no haberlo conocido, deseaba ser como él, así que decidí que quería viajar. Él murió antes de que yo naciera. Su avioneta se estrelló contra un cerro en un escarpado paraje próximo a Juxtlahuaca, Oaxaca, donde ahora se encuentran sus restos. Fue así como Antolín se quedó eternamente en esas hermosas tierras que tanto amó.
Recuerdo también que cuando era pequeña, mi padre se estableció en Chilpancingo para trabajar en la Universidad de Guerrero. Recorrió la sierra y los pueblos. Nos narraba historias de los campesinos, del movimiento guerrillero de Lucio Cabañas y de la represión del gobierno en contra de los pueblos que apoyaban a éste. “El agua de los ríos bajaba de la sierra de color rojo, así sabíamos que habían matado a un pueblo”, contaba mi padre.
Ahora siguen mis memorias, mis vivencias. Tierra negra reúne imágenes de estos pueblos afrodescendientes de la Costa Chica, de gente valiente y alegre, de mujeres trabajadoras que a lo largo de tres años en los que viajé a esa región, se volvieron mi familia, mis recuerdos.
Maya Goded
Cuando hace casi cincuenta años el Dr. Aguirre Beltrán publicó la Población negra en México, una veta fundamental para comprender el México contemporáneo había quedado al descubierto. El rigor y minuciosidad de su investigación no dejaban lugar a dudas: el componente negro en la conformación de los mexicanos modernos era inmenso, más de veinte habitantes de África entraron a nuestro continente por cada europeo; un torrente de sangre negra corría por nuestras venas, visible obviamente en las costas de Veracruz, Oaxaca y Guerrero, y menos visible para la mayoría de los mexicanos, pero presente en muchas partes de México en pequeños grupos y comunidades.
Maya Goded inició hace un par de años un minucioso recorrido por las costas de Guerrero y Oaxaca, y con su cámara registró la vida cotidiana de nuestra visible tercera raíz(1). Maya no es antropóloga, y es éste su primer libro; esto lo señalo no para matizar los resultados de su trabajo sino para permitir que el “mirador” de este libro no se desperdicie en explicaciones.
Hay en Maya muchísimos aspectos que podrían señalarse, pero quiero mencionar sólo dos. Una relación con los sujetos que enfoca con su cámara que le dan una singularidad de mirada: Maya mira directamente, y a Maya la miran directamente, y el instrumento, la cámara, no se muestra en su virtuosismo técnico sino que simple y llanamente desaparece. En una época en que la técnica avasalla al arte y a las conciencias, esta mirada de Maya permite ser optimista viendo que el instrumento domina o prevalece allí donde el artista es suplido por lo técnico. Allí donde el artista actúa, prevalece la mujer y el ser humano.
Fragmento del texto de presentación de José de Val
publicado en Tierra negra, de Maya Goded (El Milagro, 1994).
Desde la fotografía y el cine documental Maya Goded aborda los temas de sexualidad femenina, prostitución, marginalidad y violencia de género, en una sociedad donde la feminidad está condicionada por mitos de castidad, fragilidad y maternidad. Obtuvo el premio Prince Claus Fund 2010, el premio Master Class 1996 de World Press Photo y el premio Mother Jones Fund 1993. Su trabajo Plaza de la soledad, que documenta la prostitución en el centro de la Ciudad de México, le valió el premio W. Eugene Smith Fund en 2001, y numerosos reconocimientos internacionales luego de haberse estrenado como largometraje en el Sundance Film Festival 2016. De este ensayo, publicó el libro homónimo en 2006, bajo el sello de Lunwerg. Actualmente realiza un proyecto sobre las comunidades chamánicas en el continente americano.
1. Término arraigado en México, luego de llevarse a cabo las celebraciones de los 500 años del encuentro con España, en referencia al mestizaje entre indígenas y negros africanos traídos de manera forzada a este país. Sin embargo, su uso no es recomendado porque no se puede hablar de jerarquías entre las razas.
Proyecto comisionado para Africamericanos
Podemos aproximarnos a la forma de vida de distintas culturas, si observamos los objetos que poseen. Cada pieza es un instrumento a través del cual obtenemos información: referencias de sus propietarios, simbología y usos que les han sido otorgados.
En este proyecto se visibilizan ciertos rasgos de la cultura afromexicana en la Costa Chica de Guerrero y Oaxaca, por medio de sus objetos para danza, rituales y cotidianos que nos ubican en el tiempo para analizarlos. Nos llevan a cuestionarnos sobre sus usos muy particulares y cómo esto ha significado la resistencia de una comunidad que al ser forzada a cruzar el mar para llegar a territorio desconocido, se transformó e incorporó al mismo tiempo nuevos elementos a su forma de vida y, por lo tanto, a su cultura material (1).
Hugo Arellanes
Fotógrafo originario de la Costa Chica de México, Hugo Arellanes creció en Cuajinicuilapa, Guerrero, donde cursó estudios sobre justicia y derechos humanos en la Universidad Intercultural de los Pueblos del Sur. Sus principales líneas de investigación son la afrodescendencia en esta región del pacífico mexicano, movimientos sociales y urbanos, y artes escénicas. En 2013 publicó un ensayo fotográfico en la monografía sobre afrodescendientes editada por la Comisión Nacional para el Desarrollo de los Pueblos Indígenas (CDI). Es fundador y coordinador de Huella Negra, organización dedicada al fomento y visibilización de la cultura y los derechos de los afros. Imparte clases de fotografía en la Ciudad de México y en comunidades rurales del estado de Guerrero.
1. Cabe mencionar que esta comunidad mantiene la continuidad de elementos africanos, como las máscaras y el tambor de fricción.