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Fundación Pierre Verger

Sobre el proyecto
Varios artistas
Costas
México / Panamá
Baltazar Castellanos, Gustavo Esquina de la Espada, Manuel Golden y Olga Manzano

Costas

Sobre el proyecto

FUNDACIÓN PIERRE VERGER
Pierre Verger, Brasil

Esta Fundación fue creada por el propio Pierre Verger en 1988, con el propósito de divulgar el trabajo fotográfico y escrito de su fundador, así como de fortalecer los vínculos culturales entre África y Brasil. Es una institución privada que se aloja en la que fuera casa de Verger en Salvador de Bahía. La Fundación es responsable de realizar exposiciones y publicaciones alrededor de la obra del también antropólogo. Asume la gestión de los derechos de autor, comercializa impresiones originales y ofrece actividades y talleres a la comunidad del barrio popular Engenho Velho de Brotas, donde está asentada.

A 30 años de existencia, la institución participa con gran placer en Africamericanos, exposición que le permite mostrar una selección distinta de imágenes de Verger en México, luego de haber promovido en este país el trabajo realizado por el fotógrafo en la década de 1930 a través de la exposición Con los pies en la tierra.

PIERRE VERGER
(París, Francia, 1902 – Salvador, Brasil, 1996)

Cuando Pierre Verger puso los pies en América del Sur por primera vez, descubrió la cultura afrodescendiente. Fue a su llegada al archipiélago de Guadalupe a fines de 1932, en ocasión de su primer gran viaje. En aquella época, la visión sobre las culturas africanas y las comunidades afrodescendientes era una imagen bastante sesgada, paternalista y racista entre los europeos. La historieta de Tintín en el Congo recién publicada tuvo un gran éxito, mientras que la Exposición colonial internacional de París, en 1931, reafirmaba la importancia del imperio francés. Si bien intelectuales como André Gide y Pierre Leiris (1), o periodistas como Albert Londres llamaban la atención sobre las precarias condiciones de vida de las poblaciones africanas en las colonias; el término “Le nègre” generalmente era considerado simplista y muy negativo.

El tratamiento hacia las culturas afrodescendientes en las Américas no era mejor. Los escasos artículos publicados en las grandes revistas francesas de la época —Vú e l’Illustration—presentaban a estas culturas de forma sensacionalista: hablaban de la magia negra, el vudú o los hechizos desde las Antillas hasta Haití. Ser africano o afrodescendiente significaba ser un salvaje, un hechicero (de forma peyorativa), un niño (dependiente de sus padres europeos) o, en el mejor de los casos, un objeto de investigación. Difícilmente podían ser vistos como seres humanos, como cualquier otra persona en el mundo.

Cuando Verger llegó a Guadalupe, no se relacionaba aún con la antropología y recién empezaba a fotografiar, llevaba practicando un año. Una de sus primeras imágenes realizadas fuera de Francia de forma espontánea —de las más antiguas de su acervo— es la de una mujer de Las Antillas, que escapa completamente de los clichés conocidos hasta entonces. De hecho, no se trata de la representación de un descendiente africano desde la visión de un europeo, con todos sus preconceptos. Por el contrario, sitúa la posición del europeo frente a una cultura que le es prácticamente desconocida, cuyo modo de vida, conscientemente o no, aprecia y desea compartir. En aquella época y hasta fines de la década de 1940, Verger usó la fotografía como una excusa para explorar otras culturas, como una forma de huir del contexto burgués en el que vivió los primeros años de su vida y que abandonó, soñando con la libertad, diversidad y simplicidad. Las imágenes que Verger tomó, entre 1932 y 1946, en las Antillas Francesas y Brasil son el espejo del deseo y las tentativas de identificarse con las comunidades que encontró, mucho más que una voluntad de catalogar o describir las culturas. Esto es lo que distingue la originalidad del fotógrafo en su época: mostrar a los africanos y afrodescendientes como seres humanos, reconociendo sus valores y respetándolos, casi deseando su modo de vida a través de una estética intimista y poética.

A partir de 1948, dos años después de haber llegado a Bahía en Brasil, donde se sumergió en el universo del candomblé —culto afrobrasileño—, Verger se centró cada vez más en temáticas de afrodescendencia que lo llevaron a escribir particular y profusamente sobre esta práctica religiosa. Desde entonces visitó países de influencia africana y viajó muchas veces acompañado de amigos antropólogos como Alfred Métraux —a Surinam y Haití en 1948— o Lydia Cabrera —a Cuba en 1957—. De esta forma sus imágenes van perdiendo el registro poético para integrarse a un contenido más documental y etnológico. En las imágenes de esta época se percibe una voluntad de adentrarse en estas culturas, especialmente en aquellas cuyas raíces provenían de la región fon-yoruba de África, en el golfo de Benín.

En 1953 Verger participó en un rito de iniciación y renació con el nombre de Fatumbi. Durante este segundo periodo su trabajo fotográfico se materializó en diversas publicaciones, entre las que destaca Dieux d´Afrique en 1954, obra considerada como una de las primeras en la historia de la antropología visual. En ambos periodos, su fotografía es considerada avance sur son temps. El tratamiento que hizo de las culturas afroamericanas por su diversidad, calidad y originalidad contribuyó a modificar la visión occidental sobre la afrodescendencia. Sin duda, Pierre Verger fue uno de los grandes pioneros en la afirmación de estas culturas a través de la fotografía.

1. Como referencia a los estudios anticoloniales que se han escrito sobre África, destacan los realizados por ambos pensadores. Por un lado, Viaje al Congo de Gide es un libro de denuncia en contra de la política colonial francesa, donde el escritor recoge su experiencia de viaje junto al cineasta Marc Allégret, entre 1925 y 1926. Por otro, Pierre Leiris narra en El África fantasmal, sus impresiones sobre la célebre misión etnográfica Dakar-Yibuti, que recorrió el continente africano desde al Atlántico hasta el Mar Rojo.

COSTAS
Baltazar Castellanos (Costa Chica, Guerrero, México), Gustavo Esquina y Manuel Golden (Costa Arriba, Colón, Panamá)

Los dos murales muestran una fusión entre las tradiciones y la cultura de Costa Chica, Guerrero y Costa Arriba, Panamá, que tienen su origen en el pasado africano. El primero, describe la llegada del pueblo africano al continente americano y con ello el surgimiento de la comunidad africamericana a partir del mestizaje. Mientras que el segundo, habla de la resistencia, la lucha y salvaguarda de la tradición e identidad de los pueblos afrodescendientes.

En el primer mural se encuentra una paloma negra que simboliza al pueblo africano en su llegada a América. Sembrada en la tierra está la minga, un hombre negro con una máscara de mujer blanca que representa el mestizaje, personaje de la danza de los diablos que se baila en la Costa Chica de Guerrero. Este personaje lleva una arusa o tigrera, instrumento musical de fricción cuyo tono recuerda el sonido de los jaguares, misma que emula el vientre materno y resguarda en su interior a un niño, que simboliza el pueblo nuevo que surge del mestizaje. El niño es protegido por el rey cimarrón que se encuentra a los pies de la madre. Se le llamó cimarrones a los esclavos negros que huían para ser libres. A un costado vemos a Elegua, deidad considerada el inicio y el fin de todos los caminos en el culto de origen africano Yoruba. Finalmente, se observa la reina congo bailando con su pareja, quien ha sido poseído por un diablo. Éste último personaje es una fusión del folclor de ambas costas.

En el segundo mural, vemos en la parte superior a un ángel, la mamaguarda, quien cuida de la nueva cultura mestiza para preservarla. Abajo está representada la embarcación en la que llegó el pueblo africano. En los extremos del mural se encuentran, por un lado, Yemayá, la divinidad del culto Yoruba asociada a los ríos, medio que permitió el despliegue de los pueblos al continente. En el extremo opuesto está una minga con un ángel a sus pies; en el cuerpo de éste se aprecian tres símbolos africanos que significan, en orden descendente, fuerza, continuidad y, aceptación y resistencia, valores centrales de los grupos afrodescendientes. Al centro encontramos dos diablos, que representan a los conquistadores europeos, uno de ellos intenta serenar pero también traicionar al cimarrón, sobre él está "el pajarito", mensajero de la tribu de los congos, quien advierte al otro congo sobre las verdaderas intenciones colonizadoras de los diablos. El cimarrón está representando una escena de la danza tradicional del son de artesa de la Costa Chica, baile típico zapateado que se remonta a las colonias, el cual se bailaba sobre un cajón de madera con figura de animal labrada en uno de sus extremos, éste se baila en ausencia del patrón, como forma de rebelión y resistencia.